El lugar idóneo para crear entre las nuevas generaciones una cultura lectora que aún no existe, es el colegio o el instituto. Para conseguirlo éstos deben saber utilizar una biblioteca escolar bien provista. Hablamos de un recurso educativo de primera necesidad, pero pocos conocen su correcto manual de uso. Su buen funcionamiento exige, por la actividad organizativa y educadora que conlleva, un tiempo de dedicación que debe cubrir una persona concreta.
Hasta ahora las bibliotecas escolares andaluzas han sido, salvo excepciones, el reino de la desidia y el abandono. Las que funcionan fueron producto del voluntariado de unos cuantos profesores inquietos y abnegados que lo hicieron todo de forma altruista. Su escaso e irregular funcionamiento ha sido azaroso. En algunos centros como los colegios públicos “Aníbal González” y “Picasso” de Sevilla, gracias a la abnegación de varias promociones de voluntarios que echaron horas sin límite, existen bibliotecas que son ejemplares en sus fondos y modo de uso, pero eso es lo raro.
Cuando desaparecen los voluntarios, el polvo y las polillas vuelven a invadir el almacén de libros, que también suele convertirse en trastero.
En algunos centros con escaso número de niños y sin espacio para ello, resolvieron el tema creando un fondo bibliográfico repartido por las aulas. En las localidades pequeñas los fondos se centralizan en una biblioteca municipal…
Por fin,
Sus fundamentos, las líneas de actuación y apoyo a la lectura de las bibliotecas escolares, el desarrollo de proyectos lectores, la creación de
Insistimos: hace más de treinta años que el sistema educativo francés tiene, en todos sus centros, un bibliotecario y un documentalista encargados de poner en pie lo que dicho Plan pretende aquí y ahora. La compra de fondos, catalogación, ordenación, informatización, préstamo, actividades de animación lectora… no puede ser para nadie una nueva obligación añadida a las ya existentes. Es decir, quien realice esa labor necesita, además de una demostrable competencia, un tiempo necesario para cumplirla.
Es ahí donde el Plan puede hacer aguas. Curiosamente lleva implícito algo que no gusta nada a la propia Consejería: perfila lo que sería la función un bibliotecario con dedicación exclusiva, lo que obliga a un aumento de plantillas, es decir, de presupuesto.
El resolver o no estas cosas, que se ven a pie de obra, es lo que marca la diferencia entre un trabajo mal hecho y una mejora cualitativa que modernice nuestros centros de enseñanza. No lo olviden, Internet no elimina al libro; es el momento de racionalizar la convivencia entre ambos.
Javier Ros Pardo Doctor en Ciencias de
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